viernes, 21 de octubre de 2011

De varios

Mi tía concilia el sueño a los ochenta años
Como un homenaje a la tautología
Después estaba en el living-comedor del objeto volador no identificado.
¿Comiste?
¿Dormiste?
De mi sangre: Laprida, Carbrera, Soler, Suárez…

El se me acerca sonriendo hablando solo en la calle entre la gente
Pero el cura está en la cocina
En realidad es el diablo, y está con su hermana que vendría a ser mi tía, porque yo soy la hija del diablo y me da miedo de que se transforme ahí, en casa, en la cocina, y el reza y se mira al espejo con todo su hábito negro y la cosa esa blanca en el cuello, es alto, tiene una boca bien gruesa y ojos de diablo, y le digo que no lo haga, que no se trasforme en casa, que me da miedo y se puede volver loco porque lo dijo el profeta. Pero me dice que como mucho me violan y me vuelven loca a mí.  Y ahí en la puerta que da al pasillo cuando ya se va y yo estoy más tranquila me dice algo que no puedo recordar y nos besamos desesperados y me apoya y me caliento, porque se la siento dura, apoyada en el pubis y es un cura, el diablo y mi padre y se va.
Después en un desierto de pan rayado
Como el de Uyuni pero de pan rayado
Medito
Me duermo y tengo un sueño.

El lugar era una especie de carpa de circo. Una carpa grande con tráilers, mesas de trabajo con herramientas, luz de tubo por todos lados, un perro blanco mediano que iba y venía como por su casa. El hombre que nos había llamado tenía menos de cuarenta años, anteojos, pelo corto a los costados de la cabeza, en la parte superior se le había caído todo, estatura media alta y cara de traumado degenerado. Nos hizo pasar a los tres al carpón, Julián, Manu y yo. Ni bien entramos nos muestra un trailer más grande que el resto y dice que en ese entramos todos parados y que tuvo que hacer una movida extraña para poder meterlo en el carpón sin que nadie sospeche. Nos quedamos los cuatro parados en ronda y nos dice que nos da $300 por coger con él. Julián dice que sí sin  preguntarme ni pedirle más plata. No estoy de acuerdo pero respeto su decisión. Manu no dice nada. Entramos todos al trailer y el tipo cierra las dos puertas  de atrás. De repente estamos todos desnudos. Yo en cuatro patas con Julián metiéndomela por atrás y gritando sin sentir nada, mirando las cortinas de tul azul que cuelgan de las puertas cerradas del trailer. Se que Manu está por ahí pero no lo veo. El tipo nos mira de frente  y dice que le parece hermoso cuando un hombre sabe como hacer gozar a una mujer. La escena dura bastante poco porque el tipo sale del trailer sin decir ni mu. Ahí nos despegamos y yo les digo que seguramente se fue a masturbar al  baño, solo, porque yo no vi que haya intentado tocarnos  a ninguno de los tres. Manu se ríe y dice que a él lo apoyó un poco en la cola.
Nos vestimos y nos vamos sin la plata.

domingo, 16 de octubre de 2011


Me lo cuenta.
Voy en el subte mirando gente
Y las teñidas parecen Ser.
Sentaditas, con valijas
Y con todas las uñas pintadas de un solo color. 

Con Jorge nos conocemos de la época de La Serenisima. Después yo me fui para el centro y al tiempo él se puso el vivero. De La Serenisima se armó un grupo de fútbol que nos juntábamos los sábados a la mañana. De ese grupo nos fuimos cinco al Sur un verano y ahí lo conocimos a Mario. De esto ya pasaron unos años, y los que quedamos más amigos somos nosotros tres. Jorge y Mario, que se fueron a vivir juntos, y yo.

Un sábado me fui para allá a visitar a mi vieja y aproveché para pasar el domingo en el campo con ellos.
Serían las seis. Uno de los tres tiró lo de la cerveza en el parque para ver la caída del sol. Sabía que a las ocho salía el último colectivo para el centro, pero la tarde estaba ideal para tomarse una cerveza afuera. Mario se quedó. Fuimos Jorge y yo en la citroneta hasta el almacén con cinco envases vacíos. A la vuelta el cielo ya se ponía naranja. El camino era angosto y de tierra. Y a los costados enormes campos verdes con árboles y caballos quietos, pastando.

Bajé para abrir la tranquera y Jorge estacionó cerca de la casa para escuchar música desde el stereo del auto. Mario había preparado la mesa en el parque con pan y berenjenas al escabeche que le habían quedado del cumpleaños de Jorge. Nos quedamos mirando la bajada del sol.

Miré el reloj y eran las ocho menos veinte. Le dije a Jorge si me llevaba a tomar el colectivo de las ocho, pero no daba. Insistieron en que pasara la noche en el campo y Jorge dijo que a la mañana me alcanzaba a la estación de camino al trabajo.
Nos quedamos charlando y tomando fresco afuera mientras oscurecía.
Cerca de las nueve entramos y cenamos. Mario cocinó y yo lavé los platos. Después separamos en dos el somier. Acomodamos el colchón justo al lado de la parte inferior, lo que hizo que quedáramos todos a la misma altura pero en camas distintas. Yo en una, Mario y Jorge en la otra.
Tipo doce Jorge empezó a roncar. Al principio la oscuridad era total, pero de apoco se me fue acostumbrando la vista hasta poder diferenciar bultos más oscuros que otros. La cama de al lado con mis amigos, las cortinas del ventanal, el aparador.
Me costaba dormir. En un momento fui al baño. Ahí me quedé ojeando una revista sobre decoración de interiores y pensando en Mario pidiéndosela al canillita. Volví a la cama. Jorge seguía roncando. Me acuesto y una mano caliente me acaricia la pierna. Quiero sacarlo pero estoy inmovilizado. Jorge ronca. Me muero de vergüenza y trato de sacarlo de nuevo pero no puedo, y él me sigue tocando la pierna hasta llegar a los huevos. A mi se me pone dura y Mario mete la cabeza por abajo de la frazada y me la empieza a chupar y a chupar. Hasta que acabo.

Después volvió a su cama y se durmió.
Dormí poco y mal. A la mañana desayunamos los tres juntos como si nada. Nada. Ninguna mirada cómplice ni culposa de Mario, ninguna cara de sospecha de Jorge.
Mientras Jorge me llevaba a la estación hablamos poco y le dije que tenía sueño porque no había podido dormir bien. Cuando llegamos nos despedimos y quedamos en hablar por teléfono para juntarnos la semana siguiente. Llegué a mi casa cerca de las diez de la mañana. Mientras me duchaba lloré. Llamé al trabajo y dije que no me sentía bien.
Durante las semanas que siguieron no les atendí los llamadas ni respondí sus mensajes.  Decidí que lo mejor era tratar de no pensar en lo que había pasado y dejar de verlos. No hubiese podido mirar a la cara a Mario, y mucho menos a Jorge.
Pasamos unos meses sin hablar hasta que una tarde suena el teléfono de la oficina y es él, Mario. Sin dejarme decir nada me cuenta que acababa de hablar con un camionero desde el celular de Jorge y que el tipo le había contado una historia terrible. Según el camionero Jorge había tratado de esquivar a un perro en la ruta que va a Carlos Ken y se tragó todo el costado del camión. Dijo que vio por el espejo retrovisor cómo la citroneta se prendía fuego en movimiento hasta que descarriló y se la dio contra un poste, Jorge salió despedido por el parabrisas pero se le enganchó un pie en el volante del auto que se empezaba a prender fuego mientras el camionero frenaba para ayudar; ahí el tipo cuenta que lo tironeó de las manos lo más que pudo para zafarlo. El tema es que llegó al hospital de Luján con un golpe en la cabeza y medio cuerpo quemado. Y después le cortó. Y no lo volvió a atender. Y me llamó a mí. Le dije que fuera para el hospital y que nos encontrábamos ahí. Cuando llegué estaba sentado en el cordón de la vereda de la guardia  y me dijo que lo habían trasladado al hospital del quemado, no había nadie que pudiera decirnos nada más, el camionero ya se había ido. Así que arrancamos para la capital. Al principio callados. Después Mario lloró un rato y yo no le podía decir nada. Mario pedía perdón y perdón y rezaba. Quería imaginarme llegando al hospital del quemado y encontrando a Jorge con una pierna vendada y nada más, pidiéndonos que lo llevemos para la casa. Pero las cosas fueron un poco distintas. Jorge estaba todo quemado, quemado y quebrado. Tenía la cara entera en carne viva y había perdido las dos orejas y el labio inferior, parte de la pera también. Las dos piernas rotas y un golpe bastante fuerte en el cráneo. Pero estaba vivo, y los médicos decían que era cuestión de tiempo. La agonía duro un mes y medio. Y durante ese tiempo Mario estuvo viviendo en mi departamento del centro para estar cerca de Jorge. En mi departamento tengo un colchón de dos plazas que no es somier. Así que dormimos juntos. Y todas las noches Mario volvió a hacer lo mismo que había hecho aquella noche en el campo y yo volví a dejarlo sin hacer ruido. Después llorábamos hasta que no quedábamos dormidos. La mañana en que Jorge murió  yo estaba pidiéndole al cielo que se muriera o que nos muriéramos todos porque las cosas no podían seguir así ni un día más. Entonces fue un alivio. Le dejé el departamento a Mario y me vine a la pensión. De esto ya pasaron dos años.

jueves, 6 de octubre de 2011





El monstruo del tiempo todoeltiempoy elusodelospretéritos
Me marean.
Pero para vos sigo usando el presente,
Un presente adeternum
Que lo llevo sobre todo en la parte de la nariz y las cejas.
Hoy cumplís un año de guardado en el cajón
Y la imagen de tu estado no me asusta
Ojala te hayan crecido plantas del pecho.
Te prendo una vela 
Y me voy en bicicleta por el cementerio.