viernes, 6 de julio de 2012


Mira el techo.

De a tres en la periferia. Se agarra la cara con las manos hasta taparla lo más que puede. No hagas eso. Se le encorva la columna por completo como un arco. Tus pies tienen la carne desproporcionada y  eso te da tristeza.

Deja de hacer ruidos con la garganta.

La cara tapada y el pelo amarillo sobre las manos.

Se queda en cuclillas y le duele la carne del pie derecho. Esconde la cabeza entre las rodillas. No querés que nadie te vea así. No querés hablar de nada de lo que dicen en la radio y el cielo te parece una pileta enorme de la que va a salir un monstruo para comerte pero no tenés seis años. Con el mar te pasa lo mismo que con la noche y la desnudes. Te pasa lo mismo con el hígado y la palabra cáncer y los gemelos muy iguales y los discos que no conocés y las mujeres pelirrojas y los rengos.

Apunta con el dedo índice y le sale una verruga de entre la uña y la carne.

Es increíble con la facilidad que crece una verruga. Dejá de morderte que te sale sangre en cualquier momento. Te pasa lo mismo con la pelusa en el ombligo y las manchas de humedad en la pared y la gente que levanta la voz y cuando te pisan sin querer los zapatos recién lustrados. Siempre te pasa lo mismo. Y te gustaría ser un lobo de estepa pero sos un conejito de casa, de caza.

Se pierde y mira el  reloj y se encuentra.

Son las tres. Y sabía que iba a decir eso.

Se deprime y llora.

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